miércoles, 3 de septiembre de 2008

La Chona

Suena la alarma del despertador inecesariamente puesto que la chona ya esta despierta. Hace la cama y se dirige al baño, con una pesadez increíble gira la perilla del agua y no sale ni una gota. Su rostro dibuja un enfado perfecto, liso y extraño. Regresa a la recámara y se enreda el cabello con una liga, se pone el disfraz y sale a la calle. La Chona trabaja en un pequeño restaurante en el parque del centro, el tipo de lugar al que acuden turistas sobre todo del vecino país. La chona les sirve una par de huevos, tacos, cerveza o café. Día a día se enfrenta con la misma gente, "El turista". Es el mismo, no hay cambios, ni en su lenguaje ni su fisionomía, el mismo, el gran personaje llamado "El turista". Hace días que vengo vigilando a la chona o mejor dicho cuidándola, me he autodeclarado su guardián, como un granjero cuida a sus gallinas, la chona es mi gallina favorita, la más querida. Tiene el rostro afligido. Sus veintitantos años se cubren con una máscara de cuarenta. Ahi esta la chona sin saber de mí, me siento detrás de un árbol para provocar su ceguera. Se escurre el cigarrillo entre mis dedos y el tiempo se va en un sorbo de café. Me paso todo el día viendo como la chona recibe órdenes del hambre, la gula y una que otra lujuria. En unos huevos, tacos, café o cerveza se va del tiempo su dia. La chona deja lágrimas en cada platillo, en cada taza de cafe. Es muy puntual, así que a las siete de la mañana ya está limpiando la primer mesa. Cierto día llegó cuarenta minutos tarde y su patrona la regañó y le descontó el treinta por ciento de su salario diario. Injusto. Después supe que había decidido no ir a trabajar ese día, llorando acostada en su cama la invadía el malestar producido por los comentarios vulgares de los clientes y el bajo salario que percibía y todavía tener que aguantarlos, pero su cuerpo no respondía al sentimiento mental, así que mejor decidió levantarse, secarse las lágrimas y soportar la vulgaridad y el bajo sueldo. La chona tení tiempo pensando en renunciar pero era lo único que sabía hacer: servir y aguantar. Toda su vida había hecho lo mismo, desde niña, desde el vientre de la madre. Servía a padre, a sus hermanos incluso a su madre, de alguna u otra manera estaba programada para eso. El temor mas grande de la chona es cuando llega la tarde, el final del día. Unos cuantos pesos le compran el pasaje de regreso a su hogar, llega cansada y se enfrenta a la más horripilante realidad de su existencia cuando entra a su casa, enciende la luz y no tiene a quien servir.